domingo, 4 de junio de 2017

¡Una nutria en el aparcamiento!




Este relato da pie a explicar qué es la UME (Unidad Militar de Emergencias), qué medidas de protección adoptar ante inundaciones, incendios y terremotos, cómo evitar incendios y cuáles son las consecuencias.
He incluido un rescate de nutrias basado en hechos reales. Aunque la nutria adulta ha quedado ciega y la pequeña ha muerto, en este relato, el Comando Lobo conseguirá salvarlas. Al final, de la entrada encontraréis los enlaces a los blogs en los que se explican las historias verdaderas.
 **********************************


Cuenta la mitología griega que Zeus, el más poderoso de los dioses, solía lanzar rayos cuando se enfadaba, pero la tormenta de aquella noche había sido tan tremenda que más parecía que se le hubiera volcado la caja donde guardaba los temporales y hubieran caído sobre la tierra: relámpagos, truenos, centellas y agua y más agua.
Al amanecer, la tormenta se había marchado furiosa hacia el sur y Soria se despertaba soleada, limpita y brillante después de la lluvia. Todos los pájaros de la ribera del Duero daban los buenos días con sus trinos más alegres. El martín pescador y el mirlo acuático se zambullían como flechas en el agua y, al instante, emergían con un pez en el pico.
 
Martín pescador
Mamá nutria estaba muy contenta, había salido de la madriguera con sus pequeños para que nadaran un rato en el río. Allí, jugaban, se sumergían, perseguían pececillos y se reían con su risita de nutria. Mamá los colocaba sobre su tripa y los paseaba como si fuera una barca hasta que llegaba papá con un desayuno de cangrejos americanos. Era una familia feliz. 
En cambio, ahora, el chaparrón había llegado a Roquetas y llovía sin parar. Desde sierra Nevada bajaban grandes torrenteras de agua que corrían desbordadas como si tuvieran mucha prisa por encontrarse con su amigo el mar y darse un gran abrazo de olas y espuma. 


Con las calles convertidas en ríos y las casas inundadas, los bomberos tenían una inmensa tarea achicando agua y rescatando a conductores atrapados en los coches. La policía había entrado en el colegio «La Romanilla» para comprobar que todos estaban bien y decirles que permanecieran allí. El ruido de un helicóptero volando bajo llamó la atención de los alumnos y se asomaron corriendo a la ventana.
— ¡Hala, qué chulo! ¿Dónde va? —preguntó LAIA.
—Es un helicóptero del ejército. Seguramente, hay una operación de salvamento en alta mar. Serán de la UME.
—Y esos, ¿quiénes son? —quiso saber ÁLEX.
—La UME es la Unidad Militar de Emergencias —explicó SUSANA—. Son los soldados  expertos en salvamento, extinción de incendios, terremotos, inundaciones...
— ¿Son agentes especiales como nosotros? —preguntó ERICK.

—Son agentes especiales, sí; pero vosotros, de protección de la naturaleza; y ellos, de rescate en situaciones complicadas de desastre/catástrofe —les aclaró Cristina.
— ¡Ah! Pues a mí también me interesa el rescate porque cuando hay una inundación ¿qué pasa con los animales? —La pregunta de LAURA había dejado a sus compañeros muy pensativos.
—Podríamos ir al cuartel general de la UME para hablar con esos soldados y que nos expliquen cómo son sus misiones —propuso AURORA como quien no quiere la cosa.
—Me parece bien. Mandaremos una carta y veremos qué nos contestan —aceptó Cristina.
Decididos como son estos chicos se sentaron en corro y escribieron una carta explicando que eran los Agentes del Comando Lobo para la Protección de la Naturaleza y el porqué tenían tanto interés en visitarlos. 

—Señorita, ¿puedes corregir la ortografía, por favor? — pidió IVÁN a la maestra—. Es que un escrito con faltas queda muy mal, y seguro que no nos hacen caso.
Tras revisarla, Cristina la envió a Madrid. Los niños preguntaban cada día en secretaría si había llegado una carta de la UME para ellos; pero nada, pasaban las semanas sin que recibieran la contestación. Cuando ya casi se habían olvidado, una mañana, entró el cartero preguntando si aquella era la dirección del Comando Lobo. 
—Sí, sí, es aquí —contestó rápidamente JAZZMIN que casualmente había ido a buscar folios a secretaría —. Yo soy del Comando Lobo.
—Muy bien, chiquita, ¿puedes demostrarlo con algún documento?
—Pues claro—afirmó JAZZMIN mientras sacaba del bolsillo su carnet de Agente Especial—. Mire la foto, esta soy yo, ¿no? ¿Y ve como aquí pone «Comando Lobo»?

— ¡Anda, es verdad! Estupendo. Pues firma en este recuadro —dijo señalando el lugar—, y aquí tienes la carta.
—Gracias, señor cartero. Me voy. Tengo prisa. —Y salió disparada en dirección a su aula—. ¡Ya ha llegado la carta! ¿Os lo podéis creer?
Cristina pidió a JULIO que la leyera en voz alta. Con las manos temblorosas por la emoción rasgó el sobre y sacó la hoja.
—Seño, aquí hay unas palabras raras que yo no sé qué significan: simu… ¿si-mu-la-cro?
—Déjame ver —dijo Cristina—. Al parecer no quieren que vayáis de visita —las caras de los niños se ensombrecieron—, ¡el Jefe de la UME solicita vuestros servicios como Agentes Especiales! ¡Vais a participar en un simulacro de terremoto! —Los chicos la miraban desconcertados sin comprender—. Un simulacro es como un teatro. Harán una representación de un terremoto y os rescatarán. ¿Qué os parece?
—Creo que ya lo entiendo: son unas prácticas, ¿no? —dijo ISABELLA.
—Eso mismo, pero con personas de verdad.
— ¡Yo me apunto el primero! —gritó ALBERTO desde el fondo de la clase. Y con él, se apuntaron todos los demás. Nadie quería perderse una experiencia tan interesante. 

Dos semanas después, llegaban a la base de militar de Zaragoza. Un soldado les acompañó al Centro de Mando donde les esperaba el jefe de la UME. Era un hombre de mediana estatura con el pelo entrecano, bigote bien cuidado y mirada de halcón. Los soldados que se cruzaban con él se cuadraban y lo saludaban con mucho respeto. Al ver entrar a los niños, se dirigió a ellos con paso firme.
— ¡Bienvenidos, chavales! Me alegro de conoceros —saludó con una amplia sonrisa—. Soy el teniente general Miguel Alcañiz, pero vosotros podéis llamarme Miguel —añadió en tono amable guiñándoles un ojo en señal de amistad.

Teniente general Miguel Alcañiz
 Los niños se habían quedado mudos y observaban atentos la bulliciosa actividad del Centro de Mando: se contaban más de veinte ordenadores y militares trabajando frente a ellos consultando mapas y datos que aparecían, a cada instante, en unas grandes pantallas que cubrían la pared.
—Venid conmigo. Os enseñaré la base. —Los distintos cuerpos que iban a participar en el simulacro se estaban preparando, y Miguel les fue explicando qué brigadas eran y cuál era su cometido—. Prestadme atención, chicos. En estas prácticas estamos imaginando que se produce un terremoto y debemos salvar a los ciudadanos. Supongamos que unos niños se han quedado atrapados en la escuela, vuestra misión es actuar como los alumnos de ese colegio; y la nuestra, rescataros.
Sabéis qué hacer en caso de terremoto, ¿verdad? Como vosotros sois Agentes Especiales esperamos que ayudéis a los demás niños del colegio. Les enseñaréis a ponerse a salvo y a tranquilizarse, ¿de acuerdo?
¡En marcha, Comando Lobo! La alférez Eva os llevará en helicóptero hasta el lugar del simulacro. 

— ¿Una chica puede llevar un helicóptero? —preguntó SOFÍA con los ojos muy abiertos ante la sorpresa.
—Pues claro, ¿por qué no? Si tiene los conocimientos técnicos, puede pilotar un avión, un helicóptero, un tanque o lo que se proponga.
—A mí, me gustaría ser piloto. ¿Qué tengo que estudiar, Eva? —le consultó ELENA.
—Matemáticas, Física, Inglés, Ingeniería Aeronáutica… materias de ese tipo.
— ¿Mates? Y yo que pensaba que eso no servía para casi nada —murmuró IKER.
— Las Mates están por todas partes, y el Inglés, la Física, la Informática… Imagina que en un rescate quieres echar un cable desde una torre de 20 metros de altura hasta un camión que está en la calle a 30 metros. ¿Cómo sabrás cuántos metros de cable necesitas si no puedes medir la distancia? —IKER levantó los hombros como diciendo: «Ni idea».


Es fácil si sabes matemáticas. Se puede calcular con una fórmula que descubrió hace muchísimos años un griego llamado Pitágoras. Necesitaríamos treinta y seis metros de cable.
— ¡Qué chulo…! Ahora que veo para qué sirven, me caen mejor las mates —admitió IKER.
—Vámonos, chicos. Es la hora. No podemos llegar tarde al terremoto, ¿qué pensaría de nosotros? —dijo Eva muy seria; luego, se echo a reír. 

 Subieron a un helicóptero militar con capacidad para los veintiséis alumnos y la maestra. Eva arrancó el motor, las hélices empezaron a rotar, el ruido ensordecedor hizo que los niños se taparan los oídos con las manos. Al notar que dejaban el suelo en el despegue, se miraban unos a otros excitados, con los ojos entornados como si así amortiguaran el estruendo, los dientes apretados, los puños cerrados, pero sonriendo por la emoción.
— ¡Qué cosquillitas en el estómago! —gritó DALILA riendo.
— ¡Qué pequeñajos se han quedado todos ahí abajo! Parecen hormigas —chilló VÍCTOR.
Diez minutos después, aterrizaron en el patio de un colegio. Rápidamente, saltaron del helicóptero y corrieron hasta el edificio. El director les llevó hasta un aula donde había otros niños.
—Estos son los Agentes Especiales del Comando Lobo. Prestad atención porque os explicarán qué debéis hacer en caso de terremoto. 

—Hola, amigos —saludó BLANCA—.  Hoy escucharemos una sirena en lugar de un terremoto de los de verdad, pero si lo hubiera, notaríamos que tiembla el suelo y las cosas se mueven
—Entonces, debemos alejarnos de ventanas, muebles y lámparas porque pueden romperse y caer sobre nosotros —añadió JAIME—. Lo mejor es esconderse debajo de una mesa.
—No intentéis salir corriendo en ese momento ni cojáis el ascensor por si se queda parado y no podéis salir —les aconsejó CÉSAR.
En ese instante, el silbido de una potente sirena los sobresaltó. Los niños se levantaron bruscamente de las sillas haciéndolas caer con gran estrépito y empezaron a chillar.
— ¡Todo el mundo lejos de las ventanas y debajo de los pupitres! ¡Protegeos la cabeza con los brazos! —ordenó SUSI.

Foto: Simulacro de terremoto
 —Calma, calma —los tranquilizaba TAREK—. Es mejor no gritar. Eso os pondrá más nerviosos. Si hay polvo, os picará un montón la garganta y no os dejará respirar.
— ¡Atención, amigos! —dijo DAVID cuando calló la sirena—. Si el cole estuviera destruido y nos hubiéramos quedado atrapados, tendríamos que gritar o dar golpes con algo para que las personas de fuera puedan oírnos.
A ratos llamaban pidiendo socorro, a ratos hacían ruido, luego escuchaban. Como el tiempo pasaba sin que nadie les contestara, dos niños de tercero de primaria empezaron a gimotear.
—No lloréis, es normal tener miedo —les tranquilizaba NORA—. Ya veréis: en cualquier momento, llegan los equipos de rescate con sus perros y nos sacan de aquí.
Casi al instante, se escucharon unos golpes desde el exterior. Los chicos gritaron y golpearon con todas sus fuerzas. De repente, un pastor alemán entró como un rayo en la clase, los olió moviendo la cola tan contento y empezó a ladrar.
— ¡Buen perrito! Nos has encontrado —Lo felicitó AMIR abrazándolo.
Enseguida aparecieron los soldados de la UME.
— ¿Estáis bien, muchachos? —Los niños asintieron con la cabeza—. Vamos a bajar por la escalera despacito y sin encender las luces que es peligroso. ¡Ánimo, valientes!
Nada más llegar al patio, otra vez, sonó el pitido de la sirena.
— ¡Es una réplica (un nuevo terremoto)! —los advirtió Cristina—. ¡Chicos, alejaos de edificios, árboles, muros y postes de la electricidad! Nos quedaremos aquí, en el centro del patio.

Foto: El comercio
 La sirena del terremoto calló al cabo de poco; en cambió, se escuchaban sirenas de ambulancias, coches de bomberos y de policía; también, ruidos de excavadoras y de helicópteros.
Muchísimas personas participaban en el rescate: bomberos apagando fuegos, médicos y enfermeras atendiendo a los heridos, policías organizando el tráfico de vehículos y materiales, voluntarios de protección civil repartiendo comida y mantas, vecinos y soldados buscando a gente atrapada…
Los niños observaban con interés tanta actividad, mientras el soldado les explicaba qué hacía cada brigada, hasta que llegó Eva con su helicóptero para trasladarlos a un lugar seguro.
— ¡Subid! —les ordenó Eva— Aquí, Golondrina. ¿Me recibe Centro de Mando? Recogido  grupo de escolares. Procedo a evacuarlos a la base de Zaragoza. 

—Aquí, Centro de Mando. Aborte evacuación. Se ha producido un incendio en Soria y necesitamos que haga un reconocimiento rápido.
—Aquí, Golondrina. Recibido. —Eva cortó la comunicación y cambió el rumbo—. Atención, Comando Lobo. Nos dirigimos a Soria en una misión urgente. No es un simulacro. Repito: no es un simulacro. Sobrevolaremos un incendio para informar de la extensión y situación del fuego.
— ¡Anda, una misión de verdad! —exclamó JULIA ilusionada ante una nueva aventura.
Inmediatamente, los Agentes Especiales se habían puesto en tensión y miraban por las ventanillas atentos a cualquier indicio de fuego.
— ¡Allí! ¡Allí hay humo, Eva!  —CAROLINA fue la primera en divisar el fuego.
— ¡Mirad: hay hidroaviones y helicópteros descargando agua sobre el incendio! —dijo LAIA.

Grandes llamaradas quemaban las choperas y los cañaverales que bordeaban las orillas del río Duero y se extendían con rapidez por las colinas cercanas. Desde el aire veían a los corzos y a las cabras huir en estampida. Bandadas de aves abandonaban sus nidos dejando en ellos a los pollitos.
— ¿Y qué pasa con los animales que no pueden volar o correr más rápido que el fuego? —preguntó ÁLEX con el ceño fruncido.
—Se morirán quemados o asfixiados por el humo—se lamentó SUSANA con amargura.
Eva ya había informado por radio sobre la evolución del incendio y se disponía a trasladar a los niños a Zaragoza.
—Eva, por nosotros no os preocupéis. Preferimos quedarnos en Soria. ¿No es mejor que nuestro helicóptero también eche agua mientras sea de día? —propuso ERICK con cara de súplica.
Cuando el Centro de Mando les dio la autorización, se fueron al embalse de la Cuerda del Pozo y llenaron el helibalde (depósito) de agua sobrevolando la superficie azul verdosa.
—Este pantano rodeado de playas y pinares parece un lago. No entiendo que haya gente capaz de destruir esta naturaleza tan bonita —suspiró LAURA con tristeza.

Hasta el anochecer habían descargado seis depósitos de agua y, entre todos, habían apagado el fuego. Sin embargo, por la emisora de radio llegó una nueva petición de auxilio de lo más inusual.
—Atención: vecinos del barrio «Los Pajaritos» han visto una nutria en el aparcamiento. ¿Alguien en la zona puede echar un vistazo? La nutria es un animal protegido.
—Esta es una misión para el Comando Lobo —exclamó IVÁN sin pensarlo dos veces—. ¡Por favor, Eva, llévanos enseguida!
—Aquí, Golondrina a Centro de Mando. Estamos aterrizando en el Estadio de Fútbol «Los Pajaritos». Exploraremos la zona a pie.  
Por las redes sociales se había extendido la noticia del avistamiento de la nutria, y también había otras personas buscándola. El Seprona y la Policía Local recorrieron las zonas quemadas y el Comando Lobo acompañó a unos naturalistas que se llamaban Manuel y Laura hasta unos jardines cercanos.
Los agentes especiales se desplegaron y quiso la suerte que encontraran al animalito.
—¡¡La nutria!! —exclamó AURORA —. La he visto correr cerca del sauce llorón.
—Ya sabéis: hay que rodearla poco a poco —susurró JULIO para que no lo oyera.
—Sí, y luego la invitamos a trucha para convencerla de que se deje coger, ¿no? —bromeó ISABELLA.
Capturarla no iba a resultar sencillo porque la nutria estaba muy asustada y bufaba y enseñaba sus dientes amenazándolos. Suerte que Manuel era de lo más valiente y se lanzó sobre la nutria como un tigre sobre su presa y la envolvió con una chaqueta rápidamente. Después, con mucha dificultad, la metieron en un transportín. 

—Tiene una herida en la cabeza. ¿Qué harás con la nutria, Manuel? —quiso saber ALBERTO.
—Pues pensaba entregarla al SEPRONA, lo malo es que en Soria no tienen servicio de recuperación. Hasta mañana no la llevarán al Centro de Recuperación de Burgos
— ¡Mañana puede estar muerta! Es una vergüenza que no haya ni siquiera un veterinario de urgencias —se quejó SOFÍA levantando las manos al cielo para expresar lo increíble que le resultaba.
—Tienes razón. Mejor nos quedamos con ella hasta mañana. Intentaré que un veterinario amigo mío la cure —dijo Manuel sacando su móvil—. Avisa, también, a Valentín y a David para que la fotografíen —le dijo a Laura.
—Nosotros te acompañamos, ¿vale? —le suplicaron IKER y ELENA.
Y todos juntos se acercaron hasta la clínica de su amigo José Luis. Aunque la nutria estaba muy enfadada y mordió a Manuel dos veces, consiguieron anestesiarla para curarla.
— ¿Sabéis que se ve en la radiografía? Es para echarse a llorar de la rabia. Le han disparado y tiene nueve perdigones en la cabeza, uno en el ojo.
—Pobrecita nutria… —se compadeció DALILA con un nudo en la garganta.
— ¿Es una chica verdad? —preguntó VÍCTOR.
—Sí, es una hembra y tendría cachorros porque es época de cría —respondió Manuel.
—Pues deberíamos buscarlos o se morirán sin su madre —dijo BLANCA preocupada.
—Es de noche y, además, se ha quemado toda la ribera; será muy difícil encontrarlos —concluyó CÉSAR apesadumbrado.
—Quizá no tanto, yo ya había fotografiado a esta nutria. La reconozco por la herida en la cabeza. José, Flori y Lourdes suelen observar la fauna del Duero y descubrieron su cubil por casualidad —explicó Valentín a Manuel—. Podemos preguntarles si nos acompañan, aunque a estas horas de la madrugada…
Tardaron unos minutos en contestar al teléfono, pero a los niños les parecieron los minutos más largos de su vida. Aunque Flori estaba medio dormida, al escuchar lo que le había sucedido a la nutria, saltó de la cama como si tuviera un cactus dentro, y en nada, estaba a orillas del río buscando a las pequeñas nutrias con su hija, Lourdes, y todos los demás.
Caminar resultaba muy complicado, el incendio había abrasado todas las plantas y a muchos animales. El olor a ceniza y a muerte daba una angustia horrible. Los chicos se pusieron un pañuelo en la boca y se desplegaron con José y Cristina para registrar la zona que les habían indicado Flori y Lourdes. La luz de las linternas era escasa y tardaron bastante en encontrar a una de las crías.

—Tiene quemadas las vibrisas (bigotitos), las almohadillas de las patitas y la nariz—explicó SUSI con la pequeña nutria en brazos.
—Debe de dolerle un montón —dedujo AMIR con lágrimas de pena en los ojos.
—Está muy fría. Me quitaré el jersey para abrigarla. —Decidió TAREK.
—Espera, yo tengo una toalla en el coche. Voy a por ella —dijo Flori.
Mientras, Lourdes y los niños acariciaban a la pequeña nutria para darle calorcito y ánimos. Respiraba con mucha dificultad.
—No te asustes de nosotros. Ahora, te llevaremos con tu mamá —la consoló DAVID.
Flori la envolvió en una toalla, sin embargo, no sabía muy bien qué más hacer con ella. Entonces, se acordó de que conocía a Silvia, una veterinaria especialista en fauna salvaje, y la telefoneó para pedirle consejo. Con la ayuda de Silvia y José Luis prestaron los primeros auxilios a la nutria bebé y la dejaron junto a su madre.
El sol empezaba a asomar por detrás del Moncayo. Sin darse cuenta habían pasado la noche entera en operaciones de rescate. Se fueron todos juntos a desayunar a una de las tiendas de campaña que la UME había montado en «Los Pajaritos».
— ¿Alguien sabe cómo ha empezado el incendio? —quiso saber NORA.
—Sí, quemando carrizales —dijo Miguel Alcañiz que andaba, también, por allí tomando un café—. El padre incendiaba y el hijo disparaba a todo lo que salía huyendo. 
— ¡¿Es que no saben que entre los carrizos, las espadañas, los juncos y las cañas anidan muchos pajaritos y tienen su madriguera algunos animales como las nutrias?! —exclamó la mar de enfadada JULIA.
—Claro que lo saben, pero les da igual. A estos individuos solo les importa divertirse.
— ¿Qué pensaría ese chico tan gamberro si le pegaran un tiro a su madre? ¿Le divertiría que incendiaran su casa? ¿Le gustaría morir quemado? —preguntó CAROLINA desafiante—. ¡Pues a las nutrias tampoco les gusta!
—La bromita les va a salir cara. De momento, están en prisión —explicó Miguel.
—¡Ya!, pero las arboledas están quemadas y tardarán muchísimos años en volver a crecer y costará una barbaridad que vuelvan los animales si no hay donde vivir ni nada que comer —se lamentó JAIME.

—Tengo una idea: podríamos venir con Antonio, que es un «médico de los árboles», y los ingenieros de montes de Soria y ayudar a repoblar toda la ribera —sugirió CAROLINA.
—Es una idea estupenda —Admitió Cristina.
—Y que traigan también a los dos pirómanos para que vean el desastre que han hecho y que trabajen hasta que las plantas vuelvan a estar como antes —dijo JAZZMIN muy seria.
—Y si no trabajan, ¡los tiramos al río y en paz! —añadió JULIA.
—No, al río, no. En Soria, se tiran a la laguna Negra que es un lago muy frío y profundo y de allí no sale nadie —comentó Manuel medio en broma.
— ¿De verdad? —preguntó ÁLEX sin acabar de creérselo.
— ¡Qué va! Es una laguna preciosa de alta montaña, lo que pasa es que tiene sus leyendas… Aunque ahora necesitamos dormir, esta tarde, me gustaría llevaros a la laguna Negra para que tengáis un recuerdo bonito de Soria —les propuso Manuel—. ¿Qué os parece?

Laguna Negra - Soria

Manuel miró a los niños; los niños, a Cristina; Cristina, a Eva; Eva al teniente general.
— ¡No me miréis todos así! Parece que me estéis encañonando… —Se echó a reír Miguel—. Está bien. Eva ha cubierto las horas de vuelo y es necesario que descanse. Si el fuego no se reaviva, podéis subir a la laguna por la tarde. Ahora, a dormir. ¡Es una orden!
— ¡Sí, señor! —contestaron todos a una entre risas y se fueron corriendo a la tienda de descanso. A las cuatro de la tarde, el Comando Lobo sobrevolaba «Pinar Grande» en dirección a la laguna Negra.
—Esa mancha verde es el bosque más grande de Europa —les señalaba Manuel desde el helicóptero—, y ese río, el Duero. Todavía es pequeño porque ha nacido en aquellas cumbres nevadas que se llaman picos de Urbión. Y ahí está el embalse de La Cuerda del Pozo.
—Desde luego, Soria es un paraíso para las nutrias —pensó en voz alta LAIA.
—Esperemos que Duerita y Numancia —así habían llamado a las nutrias—, puedan volver pronto al Duero —deseó AURORA, y su deseo era el de todos.
Y volvieron; pero las liberaron en la parte alta del río, lejos de las personas.


Duerita y Numancia


© Reservados todos los derechos. 

***************

La verdadera historia de Duerita, la nutria tiroteada a orillas del Duero en Soria. 
A finales de julio de 2017, Duerita se escapó del Centro de Recuperación de Animales Salvajes de Los Guindales en Burgos. Unos días después la encontraron viviendo tan feliz en un río cercano. 
La verdadera historia de las crías de nutria quemadas en las espadañas del Duero en Zamora.

Quiero agradecer los esfuerzos realizados para salvar a las nutrias a: Manuel Meijide, Laura, José Luis Serrano (Clínica Veterinaria), Valentín y David Guisande, Flori Pérez, Lourdes Hernández, José Barrueso, Silvia Martín (veterinaria del Centro del Lobo de Robledo), SEPRONA, Policía Local y a los vecinos que informaron sobre su paradero a través de las redes sociales.

Agradezco también la labor de cuantas personas participan en tareas de rescate: UME, Cuerpo de Bomberos, BRIF,  Protección Civil, Cuerpos de Seguridad, Cruz Roja y tantos otros.

Algunas de las fotografías proceden de la página de la Unidad Militar de Emergencias.



2 comentarios:

  1. Me encanta como lo has abordado, por un momento, volví a ser la peque que rescataba animalillos en apuros, involucrando siempre a mis dos hermanos pequeños, y lo emocionante que es trabajar en equipo, detener el avance de un fuego que amenaza toda vida, coordinar tus movimientos con los pájaros de alas, giratorias, cuando descarga su bendita agua, tras el pitido de un aviso, en medio de tanta calor, hay peligro si y también es agotador, pero cuando evitas que avance algo tan peligroso y devastador, te sientes tan bien.......... Gracias Milano, te felicito, un abrazote grande.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Laura. He sonreído al leer tu comentario porque yo también era de esas que andaba por ahí salvando todo lo que se cruzaba en mi camino, luego llegaba a casa con mi nueva adquisición y la cara de mis padres era un poema... jajajaja, pero tal como dices: ¡te sientes tan bien!
      Besitos

      Eliminar