Esta terrible historia está
basada en hechos reales y tuvo un desenlace fatal para los animales; sin
embargo, en esta adaptación, intervendrá el Comando Lobo y todo terminará bien.
Que nadie llore.
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José acababa de cumplir diez
años y su padre, Luis, le había prometido que lo llevaría de caza para
celebrarlo. «Por fin se da cuenta de que ya soy mayor» pensó contentísimo.
Era una mañana soleada y fría de
diciembre. José se levantó sin protestar. Luis, orgulloso de que su hijo
siguiera la tradición, le iba explicando el ritual. El niño lo admiraba como se
admira a un dios y escuchaba y observaba atentamente, luego procuraba imitarlo
en cada detalle.
Se adentraron en el robledal hasta
llegar a un claro que frecuentaban los lobos, echaron carnaza y se apostaron en
un escondite. Esperaron durante dos horas que al niño se le hicieron eternas;
pero era tal su entusiasmo que no protestó. Al contrario, acechaba paciente al
lado de su maestro mirándolo con gran devoción y copiando sus movimientos.
Al final, apareció la bestia. El
cazador hizo un gesto para que se mantuviera en silencio. El corazón de José
latía emocionado, los ojos clavados en el lugar donde se entreveía moverse al
animal. Poco a poco, salió de los endrinos y pudo ver una hermosa loba seguida
de cinco lobeznos que saltaban jugando entre ellos.
Fue una visión bonita por un
instante; por un instante porque el disparo del rifle rompió aquel cielo tan
azul, cesaron los trinos, se llenó de aves espantadas. La loba cayó malherida,
los cachorros huyeron.
Luis y José se acercaron a la
presa abatida, aún estaba viva, les miraba con ojos de terror. Un poco antes
era una loba preciosa, con su espeso pelaje de invierno, acompañada de sus
pequeños. Ahora yacía en un charco de sangre.
José miro a su padre con los ojos
anegados de lágrimas
—Era una mamá, ¿verdad? ¿Qué
pasará ahora con sus lobitos? ¿Se quedarán solos y se morirán de hambre?
No supo qué contestar, no se
esperaba estas preguntas. José miró fijamente a su padre sin decir nada más, no
era necesario. Luis podía leer en la mirada de su hijo el desprecio y la
tristeza que le había causado el espectáculo, aquellos ojos lo veían como un…,
no lo digo, cualquiera deduce lo que pensaba el niño.
El cazador no estaba preparado
para esto, en unos minutos había pasado de ser un padre admirado a ser
menospreciado. Intentó consolarlo con una caricia que José rechazó dándole la espalda.
«Los hombres no lloran» le
decían siempre, «los hombres no lloran» repetía apretando los dientes; pero las
lágrimas, rebeldes, rodaban por sus mejillas. No soportaba tanta crueldad
gratuita.
Luis quedó muy afectado. La
mirada de reproche y de terror del niño se le clavó en el alma. Él deseaba ser
un padre de quien pudiera sentirse orgulloso, no quería que lo considerara un
hombre despiadado.
—José, ven. ¡Ayúdame! La
llevaremos a una clínica. Quizás puedan salvarla —dijo inesperadamente Luis.
La cargaron en el todoterreno y
la trasladaron a un centro veterinario. ¿Se salvaría? Mientras la operaban José
seguía pensando en los lobeznos. ¿Qué sería de ellos?
En el colegio «La Romanilla» de
Roquetas de Mar, los alumnos de segundo de primaria estaban muy atareados modelando
lobos de plastilina cuando, de pronto, se abrió la puerta de la clase y apareció
la secretaria.
—Cristina, aquí hay un hombre
que trae un regalo para vosotros.
Por la puerta entreabierta se
veía a un señor mayor con barba blanca que vestía una chaqueta color burdeos.
— ¿Habéis oído? Trae un regalo
—susurró VÍCTOR—y mirad: tiene una barba blanca y lleva un abrigo y un gorro
rojos: ¡es Papá Noel!
—Claro, mañana ya es Nochebuena
—dijo LAIA.
Toda la clase se revolucionó al
instante, unos se levantaban, otros decían que era mejor portarse bien, los más
atrevidos se acercaban sigilosos a la puerta a espiar…, pero ya no aguantaban
más y empezaron a cantar:
— ¡Que entre Papá Noel! ¡Que
entre Papá Noel!
Al escuchar esta petición, el
hombre se echó a reír.
—Jo, jo, jo —resonaban las
carcajadas. Y entró acompañado de Cristina y Antonio—. No soy Papá Noel. ¿Es
que no os acordáis de mí?
—Es Jorge, ¡Jorge el de los
lobos! Y Antonio, «el médico de los árboles» —exclamó JULIO.
—Pues si te ríes como un Papá
Noel y traes regalos como un Papá Noel, también, eres un Papá Noel —sentenció DALILA—.
¡Ah! y gracias por los libros.
Jorge, divertido por la
ocurrencia, se reía de buena gana. Después se puso serio, se le notaba cierta
preocupación y que tenía prisa.
—Chicos, tenéis una misión
urgente —les comunicó Antonio—. Un cazador ha disparado a una loba y sus
cachorros se han quedado solos en el monte. Hay que encontrarlos enseguida o
morirán.
Repartidos en varios
todoterrenos se marcharon a Sierra Nevada. Al llegar, ya era por la tarde.
Debían espabilar y encontrar a los lobeznos antes de que anocheciera. Organizaron
cuatro grupos y empezaron a buscar en todas direcciones desde donde dispararon
a la loba: norte, sur, este y oeste. En invierno oscurece muy pronto y les
quedaba poco tiempo. ¿Encontrarían a los cachorros en un monte tan extenso?
CRISTINA, JAIME, JULIO, NORA, YASSMIN,
CAROLINA, VÍCTOR y SUSANA partieron hacia el norte. Iban calladitos, nivel de
voz: «en modo ninja», porque si los lobitos escuchaban voces humanas podían
asustarse y esconderse más. Se desplazaban muy sigilosos apartando con cuidado las
ramas de los arbustos, los oídos atentos a cualquier sonido.
—Escuchad —susurró NORA—: oigo
un gruñido.
—Viene de detrás de esas rocas.
Vamos a ver qué es —contestó JAIME y el grupo se deslizó cautelosamente.
— ¡Anda! Mirad qué animalito más
mono: es como un cerdito pequeño a rayas —dijo SUSANA y lo cogió en brazos.
—A ver..., es una cría de jabalí,
un rayón —explicó VÍCTOR—. La madre no andará muy lejos.
No había terminado de hablar
cuando apareció una jabalina enorme y muy enfadada. Se les venía encima a la
carrera con una velocidad que jamás hubieran imaginado en un cerdo. Los chicos echaron
a correr gritando. JULIO trepó a un árbol, CAROLINA resbaló y se torció el
tobillo, entonces la jabalina se dispuso a atacarla.
— ¡SUSANA, suelta al rayón o la
madre nos perseguirá por todo el bosque! —gritó JULIO.
— ¡Dámelo, SUSANA! —ordenó la
señorita.
Cristina cogió el jabato y
chilló para llamar atención de la madre,
luego lo dejó en el suelo y se apartó. La jabalina se detuvo, dudó entre atacar
o proteger a su pequeño, pero finalmente decidió reunir a su camada y se
internó en el pinar.
CRISTINA, JAIME, JULIO, NORA, YASSMIN, CAROLINA, VÍCTOR y SUSANA se habían puesto a salvo pero habían corrido una buena distancia y cansados y desorientados se sentaron a recuperar fuerzas.
CRISTINA, JAIME, JULIO, NORA, YASSMIN, CAROLINA, VÍCTOR y SUSANA se habían puesto a salvo pero habían corrido una buena distancia y cansados y desorientados se sentaron a recuperar fuerzas.
— ¡Uf, vaya susto! Por ahí no
pienso regresar… —dijo YASSMIN.
—Me duele mucho el pie, seño —se
lamentó CAROLINA.
Cristina examinó el tobillo. Aunque
no parecía grave, lo mejor era dejarla descansar.
—Chicos, CAROLINA, no puede
caminar. Nos quedaremos aquí —anunció Cristina.
En dirección sur, LUIS, JOSÉ,
ANDREA, ELENA, TAREK, IKER, ERICK, SOFÍA Y DALILA seguían buscando a los
lobeznos. Antes de partir, Jorge les
había explicado que las lobas crían en cuevas o en madrigueras excavadas en
el suelo, así que los agentes del Comando Lobo se fijaban en cada hueco que
encontraban por si los cachorros habían regresado a su cubil.
—Entre estas piedras hay un
agujero —alertó LAURA a los demás—. A lo mejor están ahí dentro…
—Es demasiado pequeño para que
quepa una loba —señaló ELENA.
—Pero un lobito sí que puede
esconderse —aseguró ERICK y metió la mano—. ¡Ah! Me ha mordido.
Encima de la roca apareció un
animalito. Durante unos segundos se miraron uno al otro igual de sorprendidos
de encontrarse cara a cara. Tenía unos ojitos negros muy vivarachos, una carita
simpática con orejas pequeñas y redonditas y unos bigotitos. Enseguida dio un
salto y se escondió por otro agujero.
— ¿Qué bicho era ese? —preguntó TAREK.
—Una comadreja —contestó IKER.
—El dedo sangra una barbaridad
—se lamentó ERICK.
—Claro, te has metido en su casa
sin ni siquiera llamar a la puerta —bromeó DALILA.
—Las comadrejas son de la
familia de los mustélidos como el tejón, la marta, el armiño… y tienen unos dientes
que cortan como cuchillos —explicó SOFÍA.
ERICK se puso las dos manos en
la tripa, se dobló como si acabaran de apuñalarlo y dijo:
— ¡Ah! Me ha matado.
— ¿Ya estás haciendo el payasete?
—le preguntó ANDREA
— ¿Y qué quieres que haga?, no
voy a llorar. Soy un agente especial —respondió ERICK
— ¡Anda!, ahora, es como si
tuvieras una herida de guerra —se reía TAREK.
—Deberías curarte el dedo —le
aconsejó ELENA—, puede infectarse.
—Toma envuélvelo en este pañuelo
y aprieta hasta que pare la hemorragia —dijo LAURA.
El dedo no dejaba de sangrar y
se iba hinchando, así que regresaron donde estaban los coches porque allí
tenían un botiquín para emergencias. El padre de Luis le aplicó desinfectante y
se lo vendó bien.
—Menudo mordisco… Tenía los
dientes afilados esa comadreja. ¿Te duele mucho? —quiso saber SOFÍA.
—Un poco, la verdad —aseguró ERICK—,
pero no importa.
—La comadreja era muy bonita, tenía
cara de pilla, lástima que no hayamos podido verla mejor— dijo DALILA.
JORGE, ISABELLA, DAVID, SUSI, JULIA,
JAVI y AMIR exploraban la zona este. Llevaban un buen rato inspeccionando cada
rocalla, cada oquedad, cada arbusto, pero nada, ni señal de los lobeznos.
—Quizás se los haya llevado el
padre —apuntó ISABELLA.
—No creo —dijo José—, iban solo
con la madre.
—De todas formas, son muy
pequeños sin una madre no sé si podrán sobrevivir —explicó Jorge.
Aunque empezaba a oscurecer y
debían regresar, ninguno quería abandonar la búsqueda porque se daban cuenta de
que, sin la loba, era difícil que los cachorros se salvaran. Estaban muy
preocupados; habían transcurrido tantas horas que quizás ya no estuvieran
vivos.
—Quietos —susurró SUSI pidiendo
silencio con el dedo índice en los labios—. Algo se ha movido bajo aquel madroño.
—Vamos a rodearlo; AMIR, ISABELLA y DAVID por la derecha; SUSI, JULIA,
JAVI y yo por la
izquierda —dijo JORGE.
En el madroño coinciden flores y frutos al mismo tiempo. ¿Veis al pequeño lobo? Fotografías de Manuel Corral y Antonio Pulido |
Se acercaron lentamente. Era un madroño
enorme y tupido, no podían ver con claridad, sin embargo, seguro que allí había
alguien porque las hojas se movían. AMIR se tumbó en el suelo y se metió a
rastras por un estrecho túnel abierto entre la espesura del arbusto.
—Están aquí —balbuceó
emocionado. Y volvió a salir. Luego entró JAVI.
—No tengas miedo. No te haré
daño, pequeñín —le dijo suavemente JAVI, lo cogió con cuidado y lo sacó. Después
pasó JULIA
—Hola, pequeño, ven conmigo —le susurró JULIA con
una vocecita tan suave que el lobito se acercó a ella y también pudo atraparlo.
Jorge observaba la escena y
constataba, una vez más, que el contacto con un lobo produce una emoción tan
intensa que siempre se recordará. En los ojos de los niños brillaba la ilusión,
la admiración, la ternura por aquellos cachorros asustados, el instinto de
protección frente a un cazador que los había dejado sin madre... Sin duda,
sería una noche inolvidable.
Los acariciaron y los acunaron
para calmarlos y los transportaron a turnos entre todos hasta que llegaron al
punto de encuentro.
ANTONIO, CÉSAR, ÁLEX, LAIA, BLANCA, AURORA
y IVAN habían partido en dirección oeste explorando un cañón excavado
por el río. En las paredes se abrían muchas cuevas, así que era fácil que la
loba hubiera escogido alguna para traer al mundo a sus lobeznos.
—Ya podrían tener el nombre en
la puerta: casa del lobo, casa del tejón, casa del oso… —pensó en voz alta ÁLEX
— ¿Aquí hay osos? —preguntó BLANCA temblando.
—Sss —mandó callar Antonio—.
Fijaos en lo que hay ahí abajo bebiendo en el río.
— ¡Es una pareja de zorros con
sus zorreznos! —susurró AURORA.
Se quedaron un ratito emboscados
observando cómo cazaban una rata de agua.
—Sss —Otra vez, pero ahora era CÉSAR
quien pedía silencio—. Escuchad. Se oye un gemido muy leve. Viene de ese
castañar.
Todos se fueron a investigar,
sin embargo, no se veía ningún animal. CÉSAR tenía un oído finísimo y no solía
equivocarse, así que confiaron en él y siguieron buscando.
—Este castaño tan enorme tiene
el tronco hueco —señaló LAIA agachándose para mirar por el hueco que había a
ras de suelo—. ¡Creo que aquí hay alguien!
—Déjame a mí —pidió IVAN y se
tumbó a escuadriñar—. A ver qué hay aquí… —dijo sacando al
primer animalito.
Castaño. Fotografía Antonio Pulido Pastor |
— ¡Un lobito! ¡Está vivo!
—gritaron todos.
Encontraron tres lobeznos. ¡Qué
alegría más grande! Estaban tan entusiasmados que todos querían cogerlos y
acariciarlos y darles de comer y cuidarlos y jugar y ser sus amigos para
siempre. Regresaron contentísimos al campamento, al llegar, vieron que el otro
grupo había traído otros dos lobitos. No podían ser más felices.
De pronto sonó el walkie- talkie
de Antonio.
—Aquí Lobo Alfa. Te escucho.
—Aquí Loba Alfa. CAROLINA se ha
torcido un tobillo ¿puedes venir a por nosotros? Estamos por la zona norte,
pero no sé decirte, exactamente, el lugar porque nos ha embestido una jabalina
y hemos salido corriendo en desbandada.
—Aquí Lobo Alfa. No te preocupes,
os encontraré, no os mováis porque si estáis desorientados, podríais perderos
más. Llevaré una linterna, gritad cuando veáis la luz. ¿De acuerdo?
—Aquí Loba Alfa. De acuerdo.
Ya era casi oscuro y Antonio no
sabía si los encontraría enseguida o no, así que decidió que lo mejor sería
montar unas tiendas de campaña por si se veían obligados a pasar la noche. Jorge,
Luis, José y los agentes del Comando Lobo se pusieron a trabajar de inmediato.
Antonio desapareció en la
negrura del pinar, al principio se veía la luz de su linterna, pero enseguida
se la comieron las sombras. Otro se hubiera asustado, en cambio, Antonio
conocía los secretos del bosque y andaba
como por su casa.
Cristina y los niños se habían
sentado contra un peñasco y esperaban quietecitos y callados. De la alameda
cercana llegaba un olor dulzón a hoja caída, a setas, a otoño. Ululaba un
cárabo, le contestaba un compañero desde el otro lado.
La brisa movía levemente las ramas de los pinos y los alcornoques y se levantaba un murmullo como de hojas y acículas (hoja del pino) contándose secretos unas a otras. Eran unas charlatanas, todo el rato hablando de sus cosas sin parar.
La brisa movía levemente las ramas de los pinos y los alcornoques y se levantaba un murmullo como de hojas y acículas (hoja del pino) contándose secretos unas a otras. Eran unas charlatanas, todo el rato hablando de sus cosas sin parar.
La sombra de un gran animal se
acercaba a ellos sin verlos. ¡Qué miedo! Contenían la respiración para que no
los descubriera. Era una corza que bajaba de la montaña hasta los prados para
comer hierba. ¡Menos mal que no era la jabalina de nuevo!
— ¡Mirad: una luz! Será Antonio
con su linterna —dedujo VÍCTOR
— ¡Antonio! ¡Antonio, estamos
aquí! —gritaron todos.
—Ja, ja, ja —se reía guasón—,
creo que nunca os habéis alegrado tanto de verme.
Antonio cogió a CAROLINA en
volandas y la sentó sobre sus hombros.
— ¡Qué alta estoy! —dijo CAROLINA
encantada—. ¡Eres tan fuerte como Hércules!
Antonio tenía el cuerpo atlético
del buen nadador, así que llevar a la
niña no le suponía un gran esfuerzo. Regresaron tranquilos, bromeando, porque
con Cristina y Antonio se sentían seguros y no les importaba adentrarse en
aquella oscuridad. Además, un agente especial no se asusta ante la oscuridad o
los animalitos nocturnos.
Cuando llegaron al campamento,
los compañeros ya habían montado las tiendas de campaña y estaban cenando unos
bocadillos. Mientras, Jorge les explicaba cómo cuidar a los cachorros: con qué
alimentarlos, cuándo limpiarlos, cómo tratarlos. Escuchaban más atentos que en
una clase de matemáticas. Cristina sonreía y pensaba que, a partir de ahora,
les pondría sumas de lobos.
Jorge examinó a los lobeznos y
dijo que estaban sanos pero que, aunque ya comían carne, todavía necesitaban
tomar leche y habría que darles biberón.
2 lobos + 3 lobos = 5 lobitos tiene el Comando Lobo |
—No hay problema. Yo sé preparar
biberones porque tengo un hermanito y he visto cómo lo hace mamá —explicó IKER.
—Estupendo, chaval, pues tú eres
el encargado de enseñar a los demás.
Antonio les pidió que se
organizaran en cinco grupos, uno por cada lobo y que se repartieran las tareas:
horarios, biberones, limpieza, cama, juegos, guardias, etc. Los agentes del
Comando Lobo no tardaron nada en distribuirse el trabajo, aquello no era un
juego, era una misión importante pues de ellos dependía la vida de los lobeznos.
Jorge les explica cómo cuidar a los lobitos |
Uno de los lobitos era blanco |
Con las primeras luces de la
aurora, empezaron a despertarse unos a otros.
—Levantaos que tenemos que dar
el biberón a los lobitos —dijo IVAN en voz alta.
Los más perezosos, no tenían
ganas de levantarse, pero no había más remedio: debían cumplir su misión.
—Se habrá escapado durante la
noche. ¿Dónde estará? —se preguntaba AURORA.
—Que no, que no… —dijo LAURA desde
el fondo de la tienda de campaña—, y no gritéis que está durmiendo dentro de mi
chaqueta y no quiere despertarse.
— ¡Qué listo, cómo ha sabido
encontrar un lugar calentito! —exclamó ÁLEX.
Como buenos cuidadores les
dieron el biberón, los llevaron fuera para que hicieran sus necesidades, los
asearon como haría su madre loba y jugaron un ratito con ellos. Después los pusieron
a dormir otra vez porque los cachorros han de descansar mucho para crecer sanos
y fuertes.
Cristina, Antonio, Jorge y Luis
habían desmontado la tienda y cargado los vehículos. Era hora de marchar.
— ¿Dónde llevaremos ahora a los
cachorros si su madre está en la clínica? —preguntó ELENA.
—Pues a La Dehesa de Riópar,
claro. En ningún lugar estarán mejor que con Jorge.
—Gracias, Jorge. Así podrán
hacerse amigos de Rayo —dijo ERICK.
Antonio, Cristina y Jorge
estaban cuchicheando algo. ¿De qué hablarían?
—Atención, chicos. Jorge nos ha
pedido que nos quedemos unos días en Riópar porque esos cachorros dan mucho
trabajo y hay que vigilarlos bien. ¿Qué os parece?
Vaya una pregunta… los
veintiséis saltaban y gritaban de alegría.
Pasaron quince días inolvidables con Jorge y los lobeznos. También aprendieron muchísimo acompañando a Jorge en sus tareas con los rebaños y los mastines, con los caballos y otros animales que vivían en su reserva. Por las tardes llevaban a los lobos hasta el río y jugaban todos juntos en la dehesa como una manada mixta de cachorros humanos y lobunos. El cariño que había nacido entre ellos ya nadie podría disolverlo: siempre serían amigos.
Fotografía: Wolfdogland.com |
Pasaron quince días inolvidables con Jorge y los lobeznos. También aprendieron muchísimo acompañando a Jorge en sus tareas con los rebaños y los mastines, con los caballos y otros animales que vivían en su reserva. Por las tardes llevaban a los lobos hasta el río y jugaban todos juntos en la dehesa como una manada mixta de cachorros humanos y lobunos. El cariño que había nacido entre ellos ya nadie podría disolverlo: siempre serían amigos.
Un día, al regresar del paseo, vieron el coche de Antonio. Había traído a la loba que ya estaba bastante mejor. Los cachorros se acercaron corriendo a su mamá y ella los llenó de besos lobunos en forma de lametazos. ¡Qué contentos estaban todos!
Cristina les hizo una fotografía
y se la envió a Luis y a José. Luis le prometió a su hijo que jamás volvería a
cazar. Le dijo que nunca había imaginado que una simple diversión hiciera tantísimo
daño.
Y aquí termina esta misión del
Comando Lobo. Bueno, no. Los agentes están reunidos ahora mismo decidiendo qué
nombre van a poner a los cachorros. Han de ser nombres inventados expresamente
para ellos y eso lleva un buen rato de pensar.
Rayo y tres de los lobitos |
Mamá loba con los otros dos lobeznos |
Casi todas las imágenes proceden de Pixabay. Gracias a tantos fotógrafos que las comparten de forma altruista. Otras, sin embargo, las he obtenido de distintos foros y desconozco al autor, si alguno no desea que aparezcan en este blog, que me lo comunique en un comentario y la retiraré de inmediato.
©
Reservados todos los derechos.
Enternecedor relato con final feliz, aunque la realidad sea otra muy diferente.
ResponderEliminarSi sirve para que pequeños y grandes nos concienciemos de que el hombre debe cuidar, respetar y no alterar el orden de la naturaleza, bienvenido sea.
Un saludo de 'Ojolince y Sra.'