Los agentes del Comando Lobo salieron con mala cara del teatro. Se notaba que la representación de Caperucita Roja no les había gustado.
— ¿Qué
os ha parecido la obra? —preguntó Cristina, su maestra, de regreso al colegio.
—Pues
mal, seño, requetemal —contestó LAURA frunciendo el ceño.
—
¿Por qué siempre le toca al lobo ser el malo? —protestó ÁLEX—, como en el
cuento de Los tres cerditos.
—Nosotros
sabemos que los lobos no hablan, así que no puede liar a Caperucita para que
vaya por otro camino –discurrió SUSANA.
—Además,
si quería comérsela, ¿por qué no lo hace en el bosque? —se preguntaba ERICK.
—Eso,
eso. ¿Y para qué se disfraza de abuela? No hacía ninguna falta —añadió LAIA.
—Si
ha matado a la abuelita y se la ha comido, ¿cómo puede ser que luego el cazador
le abra la tripa al lobo y salga una abuela viva? —IVÁN llegó a una
conclusión—: Si ya está muerta, no puede salir viva.
Estaban
verdaderamente enfadados y eran muchas las preguntas que se hacían y pocas las
respuestas.
—Yo
creo que el cuento de Caperucita es mentira —afirmó AURORA muy seria.
—Y
yo. Pero por culpa de este cuento los niños tienen miedo al lobo —opinó JULIO.
—Lo
peor es que, cuando son mayores, matan a los lobos porque ya les tienen manía
desde pequeños —dijo ISABELLA.
—Me
parece que deberíamos hablar con Caperucita para preguntarle si este cuento
sucedió de verdad —propuso ALBERTO decidido a llegar al fondo del asunto.
—Esto
tiene pinta de ser el principio de otra misión del Comando Lobo—dijo Cristina
sonriendo—. Iremos a la biblioteca a investigar quién escribió el cuento.
Ya
en el colegio, se reunieron en torno a uno de los ordenadores y empezaron a
buscar información sobre Caperucita Roja.
—Aquí
dice que era una historieta que contaban a los niños para que vieran los
peligros de ser desobedientes y se asustaran; así, después, hacían caso de todo
lo que les decía su mamá —explicó SOFÍA.
—Sí,
pero más tarde un señor francés, que se llamaba Charles Perrault, escribió el
cuento —concretó IKER.
—Entonces,
tendremos que buscar a Caperucita en Francia —dijo JULIA mirando el mapa que
Cristina había colgado en la pared del aula.
— ¿Y
si buscando a Caperucita, nos encontramos con el lobo? ¿Y si ese lobo es malo
de verdad y nos ataca? —preguntó DALILA con la voz temblorosa.
—Fácil:
que nos acompañe Jorge Escudero. Él sabe cómo tratar a los lobos —sugirió AMIR.
Jorge Escudero paseando con uno de sus lobos |
Cristina
telefoneó a Jorge y le explicó que los chicos querían entrevistar a Caperucita
y conocer al lobo para saber si era feroz o no. Primero Jorge dijo que no podía
ir porque tenía a su nieto Miguel en casa, además, ese cuento le disgustaba profundamente.
Sin embargo, luego pensó que lo mejor sería llevarse al niño para que también
supiera la verdad. De esta forma, si alguien le explicaba esa historia tan fea,
nunca la creería.
—Contad
con nosotros —aceptó Jorge. Y Miguel lo cogió de la mano dispuesto a acompañar
a su abuelo hasta el fin del mundo.
—Francia
es un país muy grande, ¿cómo sabremos dónde encontrar a Caperucita? —preguntó
DAVID rascándose la cabeza a ver si se le ocurría una idea.
—Eso
no es lo más complicado. Caperucita es una niña de un cuento de hace muuuchos años. No podemos entrar en un
cuento ni viajar al pasado —Reconoció ELENA levantando y dejando caer los
hombros como si aquel fuera un problema insalvable que debían aceptar.
Los
chicos se miraron unos a otros desanimados. No habían pensado en ese importante
detalle hasta el momento. Las miradas se dirigieron, entonces, hacia Cristina
por si ella tenía la solución. Y la tenía. ¡Vaya si la tenía!
—Sabía
que llegaría este momento. He de contaros un secreto—susurró Cristina en tono
misterioso—: el Comando Lobo tiene las llaves del portal para entrar en los
cuentos.
Los
niños abrieron los ojos asombrados, en todos brillaba la emoción ante una
aventura tan extraordinaria. Cristina se puso en contacto con el guardián que
custodiaba una de las llaves de la puerta, la otra llave la tenía ella.
—Chicos,
nos veremos aquí en dos días. Para entonces ya habrán llegado Jorge, Miguel y
el guardián de la puerta. Mientras tanto, preparad las preguntas que queráis
hacerle a Caperucita. ¡Ah!, y traed la mochila de las misiones por si estamos
un tiempo fuera de casa.
El
día señalado todos los agentes del Comando Lobo esperaban a la puerta del
colegio. Habían madrugado mucho para ser puntuales, como siempre que salían de
expedición. Esa mañana, la niebla fría que llegaba desde el mar dejaba el
paisaje borroso y un gusto y un olor a sal marina. Cristina, Jorge y Miguel también
estaban allí, solo faltaba el guardián de la puerta.
Antonio, el Lobo Alfa guardián del portal al mundo de los cuentos. |
—
¡Mirad, por ahí viene alguien! —gritó VÍCTOR señalando hacia un pequeño bulto
que aparecía y desaparecía entre la neblina—. Será el guardián.
Todos
los niños miraron en aquella dirección llenos de curiosidad. Un escalofrío les
recorría el cuerpo a medida que aquella sombra se hacía más grande, más definida
y más cercana. El guardián era un tipo muy alto y muy moreno.
—
¡Hola, amigos! —les saludó como si los conociera de toda la vida.
—
¿¡Es Antonio!?—adivinó BLANCA con cara de sorpresa.
—Ja,
ja, ja —se reía Cristina—, pues claro. ¿Quiénes iban a ser los guardianes del
portal? Solo pueden ser los lobos alfa.
—¡¡Qué
intrigante es esta Cris!! —exclamó Antonio y todos se echaron a reír.
Tras
los saludos, entraron en el colegio y Cristina los llevó a la biblioteca.
—
¿Aquí está el portal al mundo de los cuentos? —Preguntó CÉSAR levantando las
cejas con incredulidad.
—Sí,
en todas las bibliotecas existe una puerta que lleva a otros mundos —explicó la
maestra mientras descolgaba un cuadro de la pared y aparecían dos pequeñas
cerraduras con una extraña forma por las cuales salían destellos azulados.
Antonio
y Cris introdujeron sus llaves. Al instante, se dibujó en la pared la silueta
de un portal en forma de arco y se abrió de par en par, pero más allá solo se
veían montones de letras flotando, arremolinándose, persiguiéndose como si
estuvieran jugando en el patio de su cole.
—Ahora
tenemos que decirle al portal a qué libro queremos ir —explicó Cristina—. MIGUEL di el nombre del cuento y el autor.
—Caperucita
Roja y el Lobo Feroz de Charles Perrault —dijo Miguel muy serio.
No
había terminado de pedir su deseo cuando apareció ante ellos un hayedo y, a lo
lejos, en un claro, se veía una casita rodeada de prados cubiertos de amapolas.
Entraron en el cuento poco a poco porque daba
una sensación un poco rara, como de andar sobre un colchón de agua, y tenían
que acostumbrarse. El mundo de los cuentos era muy frágil. Anduvieron hasta la
casita y preguntaron a una señora mayor, que les abrió la puerta, si Caperucita
Roja vivía allí. La buena mujer les explicó que Caperucita se había marchado
hacía muchos años a otro cuento. Los chicos la miraron desconcertados.
— ¿A
otro cuento? ¿Qué cuento? —preguntó SUSI porque le parecía extraño que
Caperucita pudiera irse de un cuento a otro.
—A
otro cuento de Caperucita que escribieron unos hermanos alemanes. Se
apellidaban Grimm, creo recordar. La
abuela y el lobo también se fueron con ella.
—Esto
es increíble: ¡Caperucita y la abuela se han fugado con el lobo! —exclamó TAREK
resoplando— Y ahora, ¿qué hacemos?
—Pues
irnos al otro cuento. ¿Antonio podemos cambiar de cuento? —preguntó Nora sin
alterarse.
—Sí,
regresemos al portal.
—
¿Qué os parece si primero desayunamos aquí? —Propuso Cristina—. Mirad qué
pradera tan espléndida, llena de margaritas y de amapolas. Fijaos qué bien
huele y cuántas mariposas y abejas hay revoloteando.
Viajar
a otros mundos abre el apetito así que, sentados sobre la hierba, se comieron
unos sabrosos bocadillos de atún, de jamón o de queso que llevaban en sus
mochilas y la anciana les invitó a zumo de naranja recién exprimido.
De
vuelta en el portal, JAIME fue el encargado de formular la nueva petición.
—Queremos
ir al cuento de Caperucita Roja de los hermanos Grimm de Alemania.
El
portal les mostró entonces un frondoso pinar, era tan espeso que no se veía
nada más que pinos y abetos en todas direcciónes, en algunos sitios el sol
atravesaba entre las copas y pintaba un rodal de luz en el suelo. Los niños
buscaban algún sendero o alguna roca que pudiera orientarlos, cuando de
repente, a cierta distancia, vieron a una niña con una capa roja.
— ¡Hola,
Caperucita! —la saludó YASSMIN levantando la mano—. ¡Ven, queremos hablar
contigo!
—Pues
yo no quiero hablar con vosotros —contestó Caperucita y echó a correr todo lo
rápido que pudo. En dos segundos había desaparecido y, por más que buscaron, no
lograron encontrarla.
—Es
un poco antipática, ¿no? —dijo CAROLINA moviendo la cabeza y arrugando la nariz
burlándose de Caperucita.
—Bueno…
ten en cuenta que su madre le prohibió que hablara con desconocidos —Le recordó
Cristina.
Diciendo
esto pasa el lobo y tampoco quiere detenerse a escuchar a los chicos.
—
¡Qué raro! ¿Pero qué les pasa a estos personajes? Si el lobo fuera malo,
estaría aquí tan contento intentando engañarnos para comernos de uno en uno
—dijo LAURA.
—Pues
se ha marchado corriendo con el rabo entre las piernas y las orejas gachas
—señaló ÁLEX.
—Eso
es porque tiene mucho miedo —aclaró Jorge—, no esperaba encontrarnos aquí y,
desde luego, ni se le ha pasado por la cabeza devorarnos.
Hablar con Caperucita empezaba a resultar más
complicado de lo que se habían imaginado. Cristina pensó que, como el cuento se
repetía cada día, podían esperarla a la mañana siguiente, cuando pasara otra
vez. Así lo hicieron.
—
¡Caperucita, espera, queremos hablar contigo! —La llamó DAVID
—Ya
os dije ayer que no, pesados —contestó alejándose a toda prisa.
—Caperucita,
¡¿por qué eres tan embustera y cuentas mentiras sobre el lobo?! —La desafió
LAIA gritando para que la escuchara en la distancia.
Caperucita
se paró en seco, dio media vuelta y miró a LAIA con cara de pocos amigos.
—
¿Cómo dices? Yo nunca he contado ninguna mentira sobre el lobo —protestó echando
chispas por los ojos entornados.
—
¡Ah!, ¿no? ¿Y qué es toda esa historia de que te engaña en el bosque para
comerte a ti y a la abuela, y luego un cazador os salva abriéndole la tripa?
—la interrogó SUSANA.
—Eso
no me lo he inventado yo, para que lo sepas, listilla.
—Pues
menos mal, porque son todo mentiras. Los lobos no hablan ni cuentan trolas
—afirmó ERICK.
—Vaya,
por fin, alguien que piensa un poco. ¿Qué queréis de mí?
—Nosotros
somos agentes del Comando Lobo y rescatamos a muchos animales en peligro,
también algunos lobos —le explicó IVÁN. Al escuchar que salvaban lobos,
Caperucita se tranquilizó un poco y puso cara de prestar atención.
—Hemos
venido a tu cuento para saber si es verdad que el lobo es feroz y se come a las
personas. Es que, en todas las historias que nos cuentan, el lobo es un bicho
malo… —Se justificó AURORA para no enfadar otra vez a Caperucita.
—Los
lobos son muy buenos cazadores, sobre todo, en manada. Serían capaces de cazar
a una persona si no tuvieran otra cosa para comer y la persona no pudiera
defenderse. —Los niños se quedaron impresionados. No era aquella la respuesta
que esperaban—. Pero los hombres han matado a tantísimos lobos que, ahora, nos
tienen mucho miedo y ya no atacan a las personas.
Todos
tenían la misma duda en la cabeza, pero nadie se atrevía a decir nada, hasta
que JULIO preguntó con un hilo de voz:
—Entonces,
¿mató a tu abuelita o no?
—No.
Todo el cuento es mentira. No es eso lo que sucedió.
Los
chicos querían que les explicara la verdad, pero la niña dijo que contarla era
peligroso y que no lo haría sin permiso de su abuela. Quedaron en verse al día
siguiente en el mismo sitio. ¡Qué
intriga! ¡Caperucita tenía un secreto!
Decidieron
quedarse en el pinar hasta el día siguiente y, mientras, charlaron y jugaron un
buen rato con Caperucita. Ella les llevó hasta un riachuelo y se bañaron
durante un ratito. Y, antes de marcharse, les enseñó una cueva donde podían
pasar la noche con sus sacos de dormir.
En
cuanto oscureció escucharon aullar a un lobo. ¿Sería el lobo feroz?
— ¿Y
si viene el lobo a comernos? —ISABELLA no estaba tranquila.
—Jo,
jo, jo. —Se reía Jorge—. ¡Pobre lobo! Con tanta tropa, menudo susto se
llevaría. No os preocupéis que ese lobo está lejos; además, nunca se acercaría
al fuego —dijo señalando a las llamas de la hoguera que había encendido Antonio
para calentarse.
—
¿Cantamos un rato antes de irnos a dormir? —Propuso Cristina para distraerlos.
Y rieron y cantaron con tanta alegría que el escándalo resonaba en todo el
bosque. Después aullaron para desearles buenas noches a los lobos, y ellos les
contestaron desde la cresta de la sierra.
A la
mañana siguiente esperaban a Caperucita impacientes. ¿Cuál sería ese secreto
tan peligroso que no podía contar? La niña apareció como siempre con su capa
roja y, muy contenta, les dijo que la abuela los invitaba a desayunar tarta de
manzana.
Fotografía: Sacha Blackburne |
—Perdona,
Caperucita, no quiero ser maleducado, pero nosotros no queremos desayunar,
hemos venido aquí para saber si el lobo es feroz o no y si el cuento es verdad
—insistió ALBERTO que no perdía de vista su misión.
—Lo
sé, pero no os explicaré nada hasta llegar a casa de la abuelita. Es peligroso.
El malo todavía está por aquí y si oye que os explico la verdad… —No quiso
desvelar nada más.
Los
niños se armaron de paciencia y siguieron a Caperucita hasta la casa. Al
llegar, Caperucita abrió la puerta y entraron, pero en lugar de encontrar a la
abuelita, vieron a un lobo. Los niños se quedaron aterrorizados pensando que el
lobo se la había comido.
Entonces, escucharon la voz de la abuelita:
—Ven
aquí, Fer, que asustarás a estos chicos. —Y apareció la abuela con una tarta en
la mano y la dejó sobre la mesa como si no pasara nada. Después se acercó al
lobo y le acarició la cabeza. —Lobo travieso. ¿Mueves la cola? ¿Quieres tarta?
Mira que eres zalamero. Luego te daremos un pedacito, goloso. Anda sal un rato
a tomar el sol.
Más
sorprendidos no podían estar.
— No
me lo puedo creer, ¿este es el Lobo Feroz? ¿Por eso le llamáis Fer? —preguntó
SOFÍA frotándose los ojos como si no pudiera estar viendo lo que veía.
—Sí
y no. Es el lobo, pero se llama Fernando, Fer para los amigos. Y es tan feroz
como un perrito consentido. Ja, ja, ja —La abuela se moría de la risa mientras
el lobo daba saltos a su alrededor intentando lamerla.
Había
llegado el momento de que la abuela y Caperucita les contaran la verdad.
Resulta que un día Caperucita encontró a un cazador colocando cepos prohibidos
en el bosque. Una vez descubierto intentó atraparla, pero ella se escapó
corriendo.
¡¡Corre, Caperucita!! |
Al llegar a casa de la abuela gritando, el lobo salió corriendo para
defenderla y saltó sobre aquel hombre malo que intentaba llevársela. Entonces,
él le disparó, pero la abuela que había escuchado el tiro, salió con la escopeta
y lo echó. Para que no lo metieran en la cárcel por perseguir niñas, el cazador
contó a la policía y a los periodistas que el lobo había atacado a las dos
mujeres y que él le había disparado para salvarlas.
—
¿Estás diciendo que el lobo era de tu abuela? —preguntó IKER.
—Sí,
lo encontró un día en el jardín. Era un cachorrito perdido y se lo quedó. La
abuela lo quiere mucho. Menos mal que pudo curarle las heridas y no murió.
Fer era un cachorro perdido |
—Pero,
¿por qué escribieron ese cuento lleno de mentiras? —Quiso saber MIGUEL.
—Los
periodistas no se molestaron en investigar la verdad y todos publicaron esa misma historia. La gente enseguida cogió miedo y odio al lobo. Luego,
Charles Perrault escribió el cuento, y se hizo tan famoso, que ya era muy
difícil cambiar la opinión… —explicó con tristeza Caperucita.
—Entonces,
¿los lobos son feroces o no? —JULIA necesitaba llegar al fondo…
—Depende.
Si eres de su familia, te defenderán incluso con la vida, como hizo Fer el día
en que me atacó el cazador malvado. Si no eres de su manada, lo más seguro es
que no te hagan ni caso. Pero si los cazadores dejan a los lobos sin nada para comer, porque
matan a todos los animales, intentarán cazar lo que sea para no morirse de
hambre: gallinas, ovejas, vacas…
—Por
eso están matando a todos los lobos en algunos sitios —Intervino Antonio.
—No
podemos ir exterminando todo lo que nos molesta. Sobre todo, si parte de la
culpa la tenemos nosotros por dejarlos sin nada que comer y por no proteger
bien a nuestro ganado —dijo Jorge con muy buen juicio.
—Y
por contar mentiras sobre el lobo en los cuentos y los periódicos para que las
personas les tengan miedo —añadió DALILA.
—Se
me ha ocurrido una idea un poco atrevida, pero a lo mejor… ¿Y si mañana, cuando
el cuento vuelva a empezar, atrapamos al hombre malo? —sugirió AMIR—. Así no
podrá perseguir a Caperucita ni herir al lobo ni contar embustes.
Como
todos estuvieron de acuerdo prepararon una trampa. Al día siguiente, el cazador
persiguió a Caperucita hasta casa de la abuela, como siempre salió Fer a
defenderla y, cuando iba a pegarle un tiro al pobre lobo, todos los niños se
pusieron delante de él para protegerlo.
El
hombre, fastidiado, les gritó que se apartaran. Los chicos se mantuvieron
firmes. El lobo le enseñó los colmillos gruñendo.
Era un desafío que no se
esperaba. Enfadado los encañonó con la escopeta. Fue un momento muy peligroso,
pero allí estaban Cristina, Jorge y Antonio para arrearle un buen puñetazo y
quitarle el arma.
Cuando
llegó la policía para llevarlo a la cárcel se lo encontraron atado al tronco de
un roble, temblando de miedo, porque allí estaba Fer vigilándolo… mirándolo
fijamente a los ojos con su penetrante mirada de lobo.
El
plan había salido bien; sin embargo, todavía quedaba algo importante por hacer:
explicar la verdad a la gente. Así pues decidieron grabar una entrevista a
Caperucita y enviarla a la televisión y a los periódicos.
Los
agentes del Comando Lobo estaban más que satisfechos porque, a partir de ahora,
habría un nuevo cuento de Caperucita. Un cuento que habían escrito ellos y que contaba
la verdadera historia sobre el hombre peligroso y el lobo Fer que recibió un
tiro cuando intentaba salvar a su amiga Caperucita Roja.
Fotografía de Sacha Blackburne |
Y
colorín colorado, esta misión del Comando Lobo se ha acabado.
¿Y
el lobo? ¿El lobo se ha acabado? Esperemos que no, que no se nos acaben los
lobos. Fer sigue tan feliz con la abuela y Caperucita en el mundo de los
cuentos, pero nuestros lobos… ellos necesitan que los dejemos vivir en paz en
sus montañas y que no los matemos de hambre o a tiros.
Dando un paseo con el lobo |
©
Reservados todos los derechos.
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