¿Por qué será que estos chicos
del Comando Lobo siempre acaban metidos en alguna aventura? ¡Es que no
descansan ni durante las vacaciones! Y eso que Cristina, su maestra, los había llevado a la playa para que tuvieran
una semana de tranquilidad. Allí habían acudido, también, Antonio, Jorge y su
nieto Miguel, el más joven de los agentes especiales.
Aunque no era necesario que
madrugaran para ir al colegio, los chicos se levantaban pronto porque no
querían perderse ni un minuto de diversión. Sentados en la terraza de la casita
donde estaban alojados desayunaban como mapaches hambrientos: frutas, leche,
tostadas con aceite y jamón serrano.
El cielo se había puesto su
color azul más azul, el azul que solo se pone en verano. Bandadas de vencejos
volaban por encima del tejado y del bosque y gritaban dándoles los buenos días,
luego seguían persiguiéndose unos a otros jugando al pilla-pilla. El sol empezaba a calentar y llegaba un aroma
de pino y de jara que se mezclaba con el olor a mar.
Era una mañana maravillosa, y
sin embargo, en la playa se estaba produciendo un desastre. Erick se dio
cuenta:
—Mirad, algo pasa la orilla del
agua. Hay muchas gaviotas. ¿Qué están picoteando?
—Yo diría que son peces muy
grandes. ¡Vamos a investigar! —dijo Susana y todos salieron corriendo hacia la
playa.
— ¡Son delfines! —gritó Iván con
un deje en la voz de sorpresa y de pena al mismo tiempo—. Se han quedado atascados en la arena y no
pueden volver al mar.
—Están varados. Cuando una
ballena se queda atascada en la playa se dice que está varada. Y lo mismo con
los delfines —les explicó Isabella.
— ¡Este está enredado en unas
cuerdas o una red, no sé…! —dijo Aurora.
—Y este parece que se ha comido
un plástico porque le sale un trozo por la boca —añadió Julio haciendo una
mueca de disgusto.
— ¡Se mueven! ¡Todavía están
vivos! —exclamó Alberto apartándose de un salto para esquivar un golpe de cola—.
Vamos a devolverlos al agua.
—Sí, pero primero les quitaremos
el plástico y las cuerdas, si no se morirán. Seguramente, han acabado en la
playa porque, nadando con esas porquerías, se han cansado demasiado —pensó
Sofía—, y además no han podido comer.
—Venid. —Aunque Julia los
llamaba en voz baja, se notaba que estaba muy excitada porque sonreía y les
hacía gestos rápidos con la mano para que se acercaran—. ¡He encontrado a un
delfín muy pequeño! Creo que es un bebé.
Se acercaron despacito para no
asustarlo porque era muy chiquitín y nunca había visto a un ser humano. Sin
darse cuenta, los chicos ya se habían metido en otra operación de rescate.
Enseguida se organizaron en equipos: unos fueron en busca de Cristina, Jorge y
Antonio, y los demás echaban agua a los delfines para que no se les resecara la
piel.
La situación se complicó más en cuanto empezaron
a llegar personas y todos querían tocarlos. No se daban cuenta de que aquellos
animales se encontraban heridos y agotados.
—Los están poniendo nerviosos
—dijo Dalila tan observadora como siempre.
—Por favor, no se acerquen a los
delfines. —Les pidió Amir—. Están muy débiles. No los molesten.
Un hombre, sin hacerles ni caso,
cogió al delfín bebé para hacerse una foto con él. El animalito se removía
intentando liberarse.
—Por favor, suéltelo enseguida.
Está muy asustado y se puede morir de miedo —le explicó Elena intentando que
entrara en razón.
— ¡Cállate, mocosa! ¿Quién eres
tú para decirme lo que puedo y lo que no puedo hacer?
—Se lo hemos pedido por favor
—suplicó Víctor enfrentándose a él con valor, mientras aquel mamarracho se
comportaba como un cobarde aprovechándose de un delfinito que no podía
defenderse.
Suerte que llegaron los lobos
alfa a tiempo. Antonio le dijo que lo denunciaría por maltrato animal, mientras
Cristina le sacaba una fotografía manoseando al delfín para enseñarla a la
policía, pero el hombre se reía burlón. Entonces, Jorge se plantó delante de él
muy serio y le exigió que le diera el delfín. Rodeado de todos los agentes del
Comando Lobo mirándolo con cara de pocos amigos, ya no se puso tan chulito y,
por fin, entregó el delfín. Con mucho cuidado Jorge lo dejó cerca de su madre.
Ahora venía lo más difícil:
liberarlos y devolverlos al agua. No había tiempo que perder porque los
delfines son mamíferos y no sabían cuanto tiempo llevaba el pequeño sin mamar. Si
querían salvarle la vida era muy importante devolverlos enseguida al agua para
que pudiera alimentarse.
Los niños seguían mojando la
delicada piel de los delfines. Antonio sacó su cuchillo y les pidió que le
sujetaran en alto los cordajes de la red para cortarlos sin dañar al delfín.
Al lado, Jorge y Blanca tiraban con mucha cuidado del plástico que tenía liado en el morro. Se había tragado una parte y resultaba complicado y doloroso arrancárselo, pero poco a poco lo quitaron casi todo. Solo esperaban que el pedazo que se había quedado en su estómago no lo hiciera enfermar y que se salvara.
Webdelfin - Cómo ayudar a un delfín varado |
Al lado, Jorge y Blanca tiraban con mucha cuidado del plástico que tenía liado en el morro. Se había tragado una parte y resultaba complicado y doloroso arrancárselo, pero poco a poco lo quitaron casi todo. Solo esperaban que el pedazo que se había quedado en su estómago no lo hiciera enfermar y que se salvara.
Mientras tanto, Cristina y César
cuidaban del bebé manteniéndolo húmedo.
Niños y delfines se miraban a
los ojos y se hablaban sin palabras. Aquellos brillantes ojos negros les daban
las gracias por ayudarlos, en cambio, la mirada de los niños intentaba darles
ánimos y les pedía perdón porque la basura tirada al mar los había puesto en
peligro.
—Ya podemos devolverlos al agua.
Vamos a empujarlos con suavidad. ¡Todos a la una! —dijo Cristina.
Pusieron entonces las manos
sobre los delfines y descubrieron lo suavísima que es su piel, y empujaron, y
empujaron con todas sus fuerzas, hasta que las olas los cubrieron casi por
completo. Los adultos enseguida empezaron a mover la cola y a nadar, sin
embargo, el pequeño se hundía y no era capaz de subir a respirar.
—Está muy débil. Llevará muchas
horas sin comer nada… —pensó en voz alta Susi.
—Pues yo no pienso abandonarlo.
Voy a llevarlo con su madre para que mame —dijo Nora muy decidida metiéndose en
el agua.
Mamá delfín miraba con
preocupación a su bebé y no sabía que podía hacer para salvarlo. Daba vueltas
nerviosa alrededor de Nora que mantenía al delfinito sumergido pero con la
cabeza fuera del agua para que respirara.
—Que se quede solo Nora en el mar.
A ver si la madre se acerca –propuso Jorge.
Los chicos se sentaron en la
arena observando. Mamá delfín pareció entender lo que estaban haciendo y, más
confiada, se aproximó a su bebé y le hizo una caricia con el morro. El pequeño
intentó marcharse con ella, pero se hundía.
—Nora, pon al delfín bajo la
tripa de la madre y a lo mejor puede tomar un poco de leche. —Jaime acababa de
tener una buena idea, pues el bebé enseguida empezó a alimentarse. De todas
formas, aún no se mantenía a nado y era necesario sostenerlo en brazos.
—Supongo que nadie quiere irse de aquí hasta que el bebé se recupere, ¿verdad? —preguntó Yassmin—. ¿Qué os parece si hacemos turnos para no cansarnos? Cada diez minutos, que entre uno de nosotros en el agua y que coja al delfín —Y así lo hicieron durante toda la mañana.
Foto de Ecología Verde - Los delfines, víctimas de la basura oceánica |
—Supongo que nadie quiere irse de aquí hasta que el bebé se recupere, ¿verdad? —preguntó Yassmin—. ¿Qué os parece si hacemos turnos para no cansarnos? Cada diez minutos, que entre uno de nosotros en el agua y que coja al delfín —Y así lo hicieron durante toda la mañana.
—Oye, delfín —le dijo Miguel—,
yo soy pequeño como tú y no puedo aguantar tu peso, pero he traído a mi abuelo
Jorge que es superforzudo. Ya verás, ya… A mí, también, me coge en brazos.
La playa se iban llenando de
bañistas y curiosos que querían ver a los delfines. Cristina había llamado a la
Policía para que acordonaran la zona y no dejaran pasar a nadie, porque la
gente solo pensaba en hacerse fotos y en tocar a los delfines y no les
importaba si de esta forma los agobiaban. Les daba igual si la madre asustada
se marchaba y abandonaba a su bebé.
A medio día, el pequeñín había
comido varias veces y se encontraba mejor. Aunque ya se atrevía a nadar unos
metros, aún volvía a los brazos de los niños a descansar. Cuando se sintió con
fuerzas suficientes, se marchó con su familia mar adentro.
—Me da pena y alegría al mismo
tiempo. Era tan bonito… pero estoy contento de que pueda volver con su mamá
—confesó Carolina mientras les decía adiós con la mano.
Fotografía: Delfín Web |
—Creo que me pasa como al delfín:
me caigo de tanta hambre —dijo César al escuchar el ruido que hacía su tripa.
—Se nos ha ido toda la mañana en
este rescate. Vamos a comer —propuso Jorge.
En la casita, los papás de
algunos alumnos habían preparado un delicioso pollo con cigalas y una
ensalada de lechuga, piña y nueces. Comieron más que las pirañas del río Amazonas.
¡Tanto se les había abierto el apetito y tan contentos estaban!
Explicaron a sus padres el
rescate de los delfines y hablaron sobre la contaminación y los problemas que
ocasiona a los animales marinos.
—También los barcos de pesca con sus redes de arrastre destrozan el fondo del mar, arrancan las algas que son el refugio y la comida de muchos peces —explicó Antonio—. Además atrapan peces que no deberían por ser demasiado pequeños o de especies protegidas o no comestibles…
—También los barcos de pesca con sus redes de arrastre destrozan el fondo del mar, arrancan las algas que son el refugio y la comida de muchos peces —explicó Antonio—. Además atrapan peces que no deberían por ser demasiado pequeños o de especies protegidas o no comestibles…
Los chicos se quedaron un rato
pensando sobre la cantidad de basura que se tira al mar. Nunca hasta ahora
habían visto tan claro el daño que producía.
—Hoy, habéis trabajado muy bien.
¿Qué os parece si, ahora, en lugar de jugar en la playa, hacemos algo
diferente? ¿Os gustaría ver el fondo del mar? Podría enseñaros submarinismo, claro que si estáis cansados… —sugirió
Antonio con una risita guasona
Aunque los niños lo miraron
primero entornando un poco los ojos como quien intenta averiguar si le están
tomando el pelo, enseguida se dieron cuenta de que Antonio hablaba en serio. Al instante, una chispa de
ilusión se encendió en todas las miradas.
—¡¡Claro que nos gustaría ver el
fondo del mar!! ¿Cuándo nos vamos? —preguntó Tarek levantándose de la silla tan
rápido que la hizo caer.
—Pues ahora mismo. Esta tarde había
quedado con mis compañeros Nieves, Manu y Pablo para replantar posidonia en el
fondo marino, así que podéis acompañarnos.
Aquel día no hubo siesta. Embarcaron
en una nave-laboratorio de la Universidad de Málaga que tenía un trozo de
casco acristalado y podían ver bajo el agua.
Antonio, Cristina y Jorge
sonreían contemplándolos tan atentos mirando a través del cristal. A cada
descubrimiento se les iluminaba la cara y reían y gritaban: «Mira, mira»,
señalando un tímido pulpo que se escondía bajo las rocas, una reluciente dorada,
un pequeño banco de salmonetes, unos cuantos erizos…
No muy lejos de la costa pararon
el barco y observaron el fondo.
—Esas plantas que veis sobre la arena se llaman posidonia. Manu y Nieves van a recoger las que han arrancado los temporales y los barcos con las redes de pesca y las anclas. Luego, Pablo las trasplantará en aquellas rejillas que hemos clavado en el fondo —explicó Antonio señalando unos metros más allá.
Fotografía: RTVE - Castañuela y serranos en una pradera de Posidonia oceánica |
—Esas plantas que veis sobre la arena se llaman posidonia. Manu y Nieves van a recoger las que han arrancado los temporales y los barcos con las redes de pesca y las anclas. Luego, Pablo las trasplantará en aquellas rejillas que hemos clavado en el fondo —explicó Antonio señalando unos metros más allá.
— ¿Y nosotros no podemos bajar?
Yo quiero ayudarlos. —Se ofreció Laura la mar de dispuesta.
—No. Hoy no. Primero necesitáis
saber bucear con seguridad. Comando Lobo, ¿estáis preparados para un
entrenamiento especial? —Los niños gritaron que sí—. Entonces, hoy os
convertiréis en el Comando Lobos de Mar.
—Sí, ya sé —dijo Álex—, porque a
los marinos se les llama lobos de mar, ¿verdad?
—Eso mismo. Ahora, quitaos los
chalecos salvavidas y poneos el traje de neopreno. Bajaréis conmigo y con
Cristina en grupos de cinco.
Mar adentro el agua estaba más
fresquita y un escalofrío los recorría al sumergirse a pesar de los trajes.
Alguno también probó lo salada que estaba al tragar un sorbo sin querer, pero
no importaba porque explorar el fondo era una experiencia increíble.
By Albert kok - Own work, CC BY-SA 3.0 |
— ¡He visto una especie de
mejillón gigante! Se llama nacra —explicó David.
—Pues yo me he encontrado un
caballito chiquitín chiquitín—dijo Blanca.
—Y yo he tocado una estrella
colorada —añadió Laia.
—A mí, una morena me ha dado un
susto... —Reconoció temblando Alberto.
Los niños que regresaban a la superficie estaban tan emocionados que todos hablaban a la vez contando lo que habían visto, los que todavía no habían bajado se frotaban las manos impacientes y se asomaban al borde de la barca intentando descubrir en qué lugar habían descubierto tantas maravillas.
Los niños que regresaban a la superficie estaban tan emocionados que todos hablaban a la vez contando lo que habían visto, los que todavía no habían bajado se frotaban las manos impacientes y se asomaban al borde de la barca intentando descubrir en qué lugar habían descubierto tantas maravillas.
—Abuelo, yo también quiero bajar
—dijo Miguel, quitándose el chaleco salvavidas.
—No puedes. Todavía eres
demasiado pequeño. Cuando aprendas a nadar bien, el abuelo te traerá un día a
bucear.
—Mira, abuelo, ahí abajo hay un
pez enorme —dijo Miguel asomándose al borde de la barca y, de repente, dos delfines
dan un formidable salto por encima de la barca, el niño pierde el equilibrio, y
cae al mar.
Jorge vio su carita asustada
bajo el agua. Glu, glu, glu… Se iba al fondo sacudiendo sus bracitos. Glu, glu,
glu…
— ¡Miguel! ¡Miguel ha caído al
agua! —gritó Jorge con toda la fuerza de sus pulmones, pero los que estaban
buceando no podían escucharlo. ¡Qué angustia más grande!
Al instante, los niños que
quedaban en el barco se echaron al agua. ¿Podrían salvarlo?
—No lo vemos, Jorge. ¿Dónde ha
caído? —preguntó Iker.
— ¡Aquí mismo! ¡Aquí mismo!
—repetía Jorge pasándose la mano por la cabeza desesperado.
De pronto, se oyó la risa y la
voz de Miguel al otro lado de la embarcación:
— ¡Mira, abuelo, mírame! Ja, ja,
ja.
Todos miraron en aquella
dirección y se encontraron al pequeño sobre la tripa de un delfín saludando a Jorge
con la mano.
— ¡Los delfines lo han sacado
del agua! —adivinó Iker.
—Esta mañana, los hemos salvado
nosotros y, ahora, ellos han salvado a Miguel —dijo Isabella.
Cuando delfín y niño llegaron al
lado de la barca comprobaron que era mamá delfín la que había rescatado a
Miguel porque se le veían las heridas de la red que le habían quitado horas
antes.
—Mirad el bebé delfín también
está aquí y ¡qué bien nada! —exclamó Susana contentísima de verlo tan
recuperado.
¿Adivináis cómo pasaron el resto
de la tarde? Pues nadando con los delfines. La manada se acercó a ellos, les
daban con mucha delicadeza con el morro como queriendo decir: « ¿juegas
conmigo?», y se reían con su risita tan simpática de delfín, luego se los
llevaban de paseo sobre el lomo; a más distancia, les hacían tremendos saltos y
volteretas para divertirlos.
Fotografía de Expok |
Cuando cayó la noche regresaron
a casa, sin embargo, estaban tan excitados aún que no podían dormir y se
sentaron en la playa a charlar un rato. Había sido tan emocionante salvar a los
delfines que Erick dijo en un suspiro:
—Siempre recordaré este día.
—Yo tampoco los podré olvidar,
pero ¿sabéis qué os digo? Que estoy muy enfadado con la cantidad de basura que
he visto en el mar —añadió Iván con el ceño fruncido.
—Sí, había mucha. Es un
desastre. Los delfines casi se mueren por culpa de eso. —Se lamentó Aurora, y
todos miraron con tristeza hacia el mar donde se habían quedados sus amigos.
Aquella noche los chicos
prometieron que jamás tirarían porquerías al mar, ni a los ríos ni en el bosque;
su lugar era el contenedor de basura.
Después se fueron a dormir y
soñaron… soñaron con transparentes aguas de marinas llenas de algas, de peces
de colores, de caballitos de mar, de pulpos, de delfines juguetones y
sonrientes que les invitaban a divertirse con ellos.
Muy bonito y educativo el relato
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro de que os guste. Personalizadlo para cualquier niño que tengáis a mano y ya me contaréis...
EliminarUn abrazo.
Que bonita historia te ha quedado con todos esos diálogos de lo niños y los mayores, muy real, sacada de ese amor que procesas por la naturaleza y el mundo vivo. Me encantan los delfines y verlos así en algunas de las fotografías... hay otras preciosas y esos niños. Bueno me encantó. Gracias. Recuperarte es ahora tu objetivo, y el mio para que sigas contando estas historias de comando lobo. Un beso María.
ResponderEliminarGracias, Emerencia. Es estupendo que te gusten estas historietas, me anima a escribir otras. Ya sabes el feedback...
EliminarLos diálogos pueden hacerse pesados al lector en algún momento, pero es que estos relatos están pensados para que cada niño de la clase tenga una o dos intervenciones. Para que se sientan involucrados es importante que todos participen y sean coprotagonistas.
Hola Milano Negro,... desgracidamente la realidad es todavía más demoledora que la ficción y el caso es que todavía hay mucho descerebrado suelto por ahí. Me hace gracia tu cuento porque nosostros tenemos una una campaña de promoción desde hace algunos años cuyos protagonistas son una pandilla de niños, Os arroases (Delfín en gallego). Tiene un montón de materiales para bajar. Tal vez te interese.
ResponderEliminarCada año pasan 20.000 niños por los talleres de esta campaña. Te envío el enlac en castellano. Buen finde!
http://osabordaaventuraestanomar.xunta.es/es/
¡Anda, qué sorpresa! pues muchas gracias. Le pasaré los enlaces a Cristina que es la maestra y la que, en realidad, está con los niños en Roquetas.
EliminarA mí, también, me viene bien ese material porque tengo en mente una historia con peces, laboratorio, investigación... ya veremos...
Si necesitas alguna cosa, no dudes en pedírmela!
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